viernes, 9 de abril de 2021

MI HIJA SABE CÓMO MAQUILLARSE COMO PARA RECOGER UN OSCAR -Y YO YA NO-

De repente, la niña esa de ocho años que hace tiempo os contaba que maquillaba a la Nancy con pintalabios de Dior y coloreaba los trabajos del cole con lápices de MAC (no pillaba la diferencia entre un plastidecor y un khol de 30 euros) me da mil vueltas -o tres mil- en cuestiones make-up.



Y no es que se maquille así como para salir del paso o camuflar un grano. No. Se sienta frente al espejo de aumento dos horas al día y hasta que no tiene los dos eyeliners iguales no sale de casa. Y harta estoy de repetirle que no lo necesita, y que está más guapa a cara lavada. Que tiene una piel blanca impoluta que ni un poro se le nota.

 

Descubrí que algo no era normal del todo cuando me di cuenta de que el corrector de granitos con color en lápiz de Eucerín que le compraba en la farmacia le duraba una semana ¡y acné no tiene! y un día, espiándola desde la puerta de su habitación descubrí que se coloreaba con él toda la cara, cuello y escote. Obviamente, me apresuré a buscarle un fond de teint trotero, pero resulta que no era lo mismo.

 

Madre cocinera y abnegada no, pero a comprensiva no me gana nadie, y entendí al momento que a esta edad (16 recién cumplidos) el salir sin maquillaje es ahora el equivalente a lo que era en nuestra época bajar a comprar el pan sin pote: peor que ir con el culo al aire.

 

Porque a ver, ¿qué era lo primero que te decían esas amigas de finales de los 80 cuando les decías que te habías encontrado por la calle con el chico que te gustaba? (ahora se llama crush) “¡Dime que ibas con pote!”. Por aquel entonces, que te pillaran sin esa capa de ‘barro’ tenía el mismo nivel de gravedad que ser vista en la piscina sin depilar o con una camiseta blanca pegada al cuerpo por el sudor y sin sujetador.

 

Tampoco ha cambiado tanto el mundo en 30 años. Solo se ha complicado un poquito más porque lo que para nosotras era ‘pote’, rímel (que se decía entonces) y labios, para las criaturitas de hoy en día es lápiz de cejas, corrector de ojeras, iluminador, base de maquillaje, polvos, lápiz de ojos, sombra y eyeliner.


No lo entiendo. Y menos cuando tienen acceso a esos filtros de insta, face app y tik tok con los que cualquiera parece una valkiria con la cara lavada y sin haber dormido. Nosotras, rezábamos ante el objetivo de la cámara simplemente para no salir en la foto con los ojos cerrados porque no había marcha atrás. 

 

Pero la entiendo. Perfectamente. Yo a los 16 abría sobre la tapa del wáter un número de Ragazza (era nuestra revista de cabecera) en el que explicaban en 6 pasos cómo maquillarte para ir de fiesta, y  me encerraba en el baño hasta que cumplía con todos y cada uno de los requisitos. Y cuando mis padres me mandaban a bajar la basura, lo primero que hacía era echarme polvos de sol con la brocha y ponerme los zapatos. Ella tiene tutoriales de youtube y se sabe hacer el eyeliner perfecto desde los 12.


Cuando le dije que este año entraba en el cole media hora más tarde por el Covid no me dijo “bien, duermo más”, sino “menos mal, media hora más para maquillarme”.  Y eso ocurre justo en un momento de mi vida en que voy hago todo lo contrario y hace 8 años que no me pinto un ojo. Y no por falta de coquetería, sino de vista, que cada vez que lo he intentado me he puesto la línea del agua de eye-liner -y torcida- y la máscara a modo de gel de cejas. Ojo, que alguna ventaja tiene, que más de uno me ha dicho que no entiende cómo me levanto de la cama tan guapa (y obviamente es porque no había maquillaje que echar a perder).


Pero como la niña apunta maneras, para el próximo cumple, sí o sí, le va a caer un curso de maquillaje para que me restaure un poquito de vez en cuando –ella que aún ve-. 

 


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