sábado, 8 de mayo de 2021

A VECES ODIO SER RUBIA

Sobre todo cuando leo la letra pequeña de algunos cosméticos capilares. Me explico. Hoy me ha vuelto a pasar. Después de emocionarme y casi hiperventilar mientras descubría los efectos del Kit de Alisado Brasileño de Kativa y su precio ( 16,99 euros en Amazon), la letra pequeña me encogió el corazón como si fueran mayúsculas a cuerpo 24: SI ERES RUBIA, MUY RUBIA, MEJOR EVÍTALO



¡Vaya por Dios! Yo que ya fantaseaba con abandonar la plancha -al menos la del pelo- para siempre, salir del mar con ondas de sirena o poder lavarme la cabeza y salir a la calle tal cual sin riesgo de llegar a la esquina como la infanta Margarita de las Meninas de Velázquez… 

Una rabia, porque decía que el resultado duraba 12 semanas y que llevaba ingredientes 100 naturales como aceite de argán orgánico (lo que mejor le sienta a mi pelo), manteca de karité o proteína de keratina vegetal. 

 

Me intenté consolar buscando el “modo de empleo”, que seguro que era de esos 

imposibles de practicar en soledad, pero no, encima era tan sencillo como extenderlo por mechones, secar el pelo, plancharlo después mechón a mechón y volver a lavarlo…

Vamos, lo mismo que hago muchas mañanas cuando descubro que la plancha estaba manchada de pasta de dientes porque Criaturita 2 la había dejado en el mismo cajón y sin cerrar-.

 

También en verano me pasa un poco eso de arrepentirme de ser rubia. Mientras las castañas y morenas se solean y les salen sin querer esas vetas naturales tan bonitas, lo que viene a ser el “sun kissed hair” de toda la vida”, yo me tengo que blindar a base sprays protectores para no terminar con el pelo verde. 

Y lo que me gusta a mi nadar no está escrito, pero he terminado siendo una de esas señoras que se ven obligadas a nadar a braza y elevando la cabeza para no mojarse el pelo (el cloro es lo peor para las rubias), y claro, después de 50 largos, el dolor de brazos no es comparable el de las cervicales. 

 

¿Y si me paso al lado oscuro? Durante unos minutos dudo. Y se que esta noche le daré alguna vuelta más a la idea… porque soy rubia de bote y por rebote (yo me entiendo), pero llevo así desde los 16 años –dos tercios de mi vida día arriba, día abajo- y creo que hasta gritaría de susto cada vez que me mirara en el espejo pensando que se me ha aparecido la señora que habitaba mi piso antes que yo.

 

Es que es mucho tiempo, y hasta tengo la teoría de que tantos años de ‘fingimiento capilar’ al final hacen que tu ADN se lo crea. Criaturita 2 me ha salido tan rubia natural, que cuando alguien me dice, “ay, la niña, tan rubita como la madre” no lo desmiento, ni aclaro la realidad. 

Además, ufffff que pereza, tendría que cambiar de ropa, de perfume y hasta la forma de andar y de reír… por que como decía Lou Reed, “blonde is just a state of mind”.

 

(no patrocinado)

sábado, 1 de mayo de 2021

VENTAJAS DE PONERSE A DIETA CUANDO EMPIEZA SUPERVIVIENTES

Todas las del mundo, y además, es todo un detalle que siempre se emita en abril y mayo, que es justo cuando toca empezar la operación bikini.



 


Cansada estoy de repetirlo en todos mis grupos de whatssap bautizados como ‘dieta, ahora sí que sí (os lo juro)’, ‘operación verano 21’ o ‘¡esos cuerpos!’. La  única clave para alcanzar resultados es empezar el ‘plan’ coincidiendo con la tirada desde el helicóptero de los concursantes de Supervivientes.

 

Ni una reunión semanal de Weight Watchers, ni una dietista Rottenmeier a la que temas y ames a partes iguales, ni si quiera esos chats de whatssap antes comentados en origen motivadores y en los que al final es más fácil leer un “¿a qué hora quedamos para las cañas?” que un “¿os habéis tomado el kiwi de media mañana?”.

 

A parte de para disparar índices de audiencia, Supervivientes está ahí para algo más, y yo ya me cosqué hace como cuatro ediciones, cuando de repente, y a la vuelta de 9 semanas de concurso, Raquel Mosquera pesaba menos que yo.

 

Lo mejor es fijarte en una concursante que esté más o menos como tú. Y aunque por supuesto, no vas a ingerir las 300 calorías que ella rasque al día, y tú vas a hacer una dieta saludable, equilibrada y prescrita por un profesional, te motivará.

 

¿Que me parece tristona la merluza al horno que me estoy tomando? Nada como poner la tele y que aparezca Tom Brusse abriéndose camino entre las espinas de un pez crudo –y casi agonizante- para sacar algo que llevarse a la boca.

 

¿Qué me aburro del kiwi de media mañana? La pereza que me da pelarlo no es de este mundo… pero no queda otra que incluirlo en la dieta cuando privilegias las proteínas, por aquello de ir al baño y tal. Entonces pienso en esa criatura televisiva –Albalá sin ir más lejos- intentando abrir un coco para compartirlo con ocho, que deben tocar a centímetro cúbico cada uno. Ahí sí. Cojo el cuchillo de postre con ímpetu, lo pelo y me lo tomo enterito.

 

¿El arroz blanco hervido? Un auténtico manjar -casi como una paella de mi suegro-, cuando veo la sartén de Carlos en el barco encallado. Teniendo en cuenta que, hasta que consiguen hacer fuego –y parece ser que cada edición son más torpes al respecto, o les registran mejor antes de tirarles del helicóptero- ellos tienen que ponerlo a calentar al sol durante días para que ablande un poco, me parece un lujo mi arroz con un chorrito de limón o albahaca… o medio bote de tomate Orlando (todo hay que confesarlo).

 

Yo tampoco tomo postre después de comer. Pero oye, al menos me puedo encender un piti o hacerme un café para estirar la sobremesa. 

 

Las pruebas de recompensa las vivo a tope. Porque ya que me meto en situación, yo también me premio y me permito ciertos caprichos. Y si ganan, allá que abro yo la aplicación de Glovo para pedirme un japo o un Burger  King con aros de cebolla incluidos. 

Si pierden… les insulto un ratito, pero siempre desde el cariño, que ya habría que verme a mi andando sobre un alambre a tres metros del agua o haciendo un agujero en la arena para pasar más holgada bajo el alambre de espino. 

 


sábado, 24 de abril de 2021

¿OS TRADUZCO IDEALISTA?

En serio, creo que ya soy bilingüe en lengua inmobiliaria. Criaturita 1 se emancipó este verano -que ya tenía 18 y nos es que nos lleváramos muy bien-, y se ha mudado a un “zulito” ideal a 3 manzanas de casa.

Todo ha sido para bien. Él ha ganado independencia, madurez y un gato que se llama Moises -y que al yo jamás habría permitido entrar en casa-. Yo, un baño solo para dos, un armario vacío y paz. Pero lo mejor, llevarme bien con él, que parece que estamos de luna de miel y viene dos o tres veces al día de visita –a por un piti, a tomarse un café a las 8 de la mañana, a abrir la nevera a las 6 de la tarde, a ver una serie en familia a las 9 o a echar con disimulo calcetines y etc al cesto de la ropa sucia- pero de buen rollo. 


Pero a lo que iba… que esas dos semanas de julio intensivas a la búsqueda de una vivienda barata y habitable, me han servido para afirmar que tengo una especie de translate.google interno para traducir anuncios.  

Os lo comparto por si buscáis piso y queréis ir tachando ofertas para cribar. Porque resulta que “ático” no quiere decir que tenga terraza, ni siquiera ventanas, y lo mismo tienes que subir seis pisos por las escaleras para luego no poder estirarte ni dentro la ducha. Pero no, no se les ocurre poner “buhardilla con altura máxima de 1,60 m” o “última planta sin ascensor”, que sería más real. Ese fue el primero que vimos, y la primera desilusión. 

 

Acogedora buhardilla. Y tan acogedora, porque tienes que caminar encogido y con los brazos abrazados al pecho, y al final, eso reconforta, y lo único que te apetece es acurrucarte en la cama, o en el sofá, rezando por acordarte de que si te levantas de golpe te vas a clavar el foco en la cabeza. Descartado porque Criaturita 1 casi mide 1,90.

 

Apartamento de alto standing. Sí claro... hay 5 ascensores con moqueta y probablemente el portal esté asfaltado en mármol y haya un portero distinto cada ocho horas. El riesgo es que el 90% de las viviendas sean oficinas y el fin de semana seas el único inquilino de la finca. Da un poco de yuyu ¿verdad? Y yo no me atreví a meter a mi niño en un bloque tipo “El resplandor”, aunque nunca le hubieran pillado en fiestas ilegales.


240 metros cuadrados construidos. Ojo, que la casa puede ser de 32 si se cuentan las pistas de pádel,  los 150 del portal y los 2.000 de las dos plantas de parking... Hay que preguntar por los hábiles.

 

Bajo interior luminoso. De 9 a 9:30 se vislumbra el sol por una rendija del respiradero de la cocina, pero cuando se estudia en casa, mal, fatal. 

 

Barrio en vías de expansión. De momento es un poblado sin asfaltar, pero parece que alguien ha puesto en la mesa de algún concejal un proyecto, al parecer viable, para que el metro llegue en el año 2028. 

 

Comunidad tranquila. La edad media es de 87 años. Y no, no van a hacer fiestas a altas horas de la madrugada, pero el volumen al que ponen la televisión te hará desear estar en el Fabrik o similar. Y no… no me imaginaba yo a Criaturita invitando bandarras a casa en esas circunstancias, cuando el fiestón empieza a las 12 de la mañana.

 

Coqueto apartamento. Pequeño, enano. Lo que viene a ser un zulo, pero metiendo una alfombra “cosy” y al final, te enamora… hasta que tu hijo te pregunta si puede dejar todas sus cosas en tu casa porque ahí no caben. Escopeteados salimos. 

 

De diseño. Te meten la Kallax de Ikea y un cuadro de Audrey Hepburn y ya te dicen que ha sido decorado por un estudio de arquitectura. Y para Ikea, mi casa, que ya hasta monto sin folleto de instrucciones. Como para no pillar el producto sueco...

 

Corrala pinturera. Ojo, pregunta antes si hay baño dentro del apartamento.  De verdad… que todavía existen pisos con baño exterior comunitario. 


Al final mi Criaturita 1 vive en el bajo de una correa pinturera, porque tenía baño propio -¡y más grande que el de la casa madre-, un armario de pared a pared -calculé que se lo podía llevar todo, ¡y era todo eléctrico!, que me conozco y hubiera tenido que ir todas las noches a comprobar si había apagado el gas.

viernes, 16 de abril de 2021

INTENTANDO BUSCAR EL LADO BUENO DE LA PANDEMIA II (LA NUEVA NORMALIDAD)

Creo que, de haberse aplicado muchas de las medidas anti-covid un poco antes, a lo mejor yo hasta aún seguiría con mi último chico. Me explico, nuestras tres discusiones recurrentes eran: porque yo me negaba a picotear de barra y prefería mesa en terraza aunque lloviera –sí, fumo-, por la hora de llegada a casa –que era yo muy de retirarme pronto- y porque no soportaba las reuniones de más de 6 personas, que para mi eran como macro-botellones.

Y eso me ha hecho pensar mucho, además de añorar claro… y hasta horrorizarme...  porque igual resulta que tengo un problema grave de masoquismo o algo así. Pero es que hay cosas...






Yo tengo hora, la misma que tenía a los 19 años, pero mis hijos también. Y sin tener que negociar ni empezar a llamarles cinco minutos después de ella para ver dónde están y por qué coño aún no están en su habitación, que me quiero acostar. Esto me ha pillado en lo mejor, cuando Criaturita 2, con 15, empezaba a desmadrarse un poco.

 

Distancia de seguridad en la playa. Creo que ha sido lo segundo mejor. Que este verano pasé de pasarme la Venus de Gillette a diario a hacerlo como cada cuatro días –o más-. Tampoco me preocupó excesivamente la celulitis la verdad. 

 

Vuelvo a recibir en casa. Ya sabéis que soy trasnugadora –lo que quiere decir que aunque me acueste a las 5 de la madrugada voy a abrir el ojo a las 7 en punto de la mañana sin posibilidad de volver a dormirme-. Y eso frena mucho la vida nocturna. Pero ahora, sabiendo que a las 22:40 se van a empezar a despedir me entran ganas de convocar todos los días. Y no, no tengo sofá cama ni similar que invite a dormir, ni siquiera alfombras.

 

Voy más al gimnasio. Es que resulta que es con cita previa, y si faltas te miran fatal y te dicen que has robado a la plaza a una persona que quería ir… con lo cual me da un corte no aparecer que voy hasta con resaca.


Puentes, fiestas, Semana Santa (que van dos)… Antes me sentía muy pringada por tener quedarme en Madrid –la hucha esa de viajes nunca terminaba de llenarse- pero ahora, será porque ‘mal de muchos consuelo de tontos’ -y tonta debo serlo un rato-, como que me quedo más tranquila porque sé que a los únicos de Madrid que pisan la playa o cruzan de Comunidad Autónoma les pueden multar. 


Me encanta el autobús. Antes me daba más pereza subirme, pero ahora, con la seguridad de que no se me va a sentar nadie al lado y puedo ir leyendo o whatssapeando lo que quiera sin que nadie meta los ojos en mis páginas o mi pantalla voy feliz. Tanto, que más de una vez me he pasado de parada. Es un poco parecido a lo del cine ahora, con butaca para el bolso y el abrigo por derecho propio.

 

Dulce Navidad. Eso fue lo mejor. Y no solo porque Criaturitas llevaran pidiendo a dúo –uno por cada oído- salir en Nochevieja los últimos 11 meses y porque ya me estaba quedando sin argumentos. Soy de las que se toman las uvas ya con el bolso colgado, el abrigo puesto y las llaves del coche en la mano, pero esta vez, mi madre decidió cancelar. La vi al día siguiente en petit-comité y no pasó nada.

La comida del 25 por video-llamada también me encantó, aunque me tuve que arreglar un poco más por eso del zoom.


Ojo que también hay cosas que llevo pero que muy mal. Los conciertos medio normales, poder tomar el sol en el bordillo de la piscina, tan fresquita y sin mascarilla en la cara –que mi socorrista no nos dejaba-, o poder pasar de largo Azuqueca de Henares y llegar a Guadalajara… yo me entiendo

viernes, 9 de abril de 2021

MI HIJA SABE CÓMO MAQUILLARSE COMO PARA RECOGER UN OSCAR -Y YO YA NO-

De repente, la niña esa de ocho años que hace tiempo os contaba que maquillaba a la Nancy con pintalabios de Dior y coloreaba los trabajos del cole con lápices de MAC (no pillaba la diferencia entre un plastidecor y un khol de 30 euros) me da mil vueltas -o tres mil- en cuestiones make-up.



Y no es que se maquille así como para salir del paso o camuflar un grano. No. Se sienta frente al espejo de aumento dos horas al día y hasta que no tiene los dos eyeliners iguales no sale de casa. Y harta estoy de repetirle que no lo necesita, y que está más guapa a cara lavada. Que tiene una piel blanca impoluta que ni un poro se le nota.

 

Descubrí que algo no era normal del todo cuando me di cuenta de que el corrector de granitos con color en lápiz de Eucerín que le compraba en la farmacia le duraba una semana ¡y acné no tiene! y un día, espiándola desde la puerta de su habitación descubrí que se coloreaba con él toda la cara, cuello y escote. Obviamente, me apresuré a buscarle un fond de teint trotero, pero resulta que no era lo mismo.

 

Madre cocinera y abnegada no, pero a comprensiva no me gana nadie, y entendí al momento que a esta edad (16 recién cumplidos) el salir sin maquillaje es ahora el equivalente a lo que era en nuestra época bajar a comprar el pan sin pote: peor que ir con el culo al aire.

 

Porque a ver, ¿qué era lo primero que te decían esas amigas de finales de los 80 cuando les decías que te habías encontrado por la calle con el chico que te gustaba? (ahora se llama crush) “¡Dime que ibas con pote!”. Por aquel entonces, que te pillaran sin esa capa de ‘barro’ tenía el mismo nivel de gravedad que ser vista en la piscina sin depilar o con una camiseta blanca pegada al cuerpo por el sudor y sin sujetador.

 

Tampoco ha cambiado tanto el mundo en 30 años. Solo se ha complicado un poquito más porque lo que para nosotras era ‘pote’, rímel (que se decía entonces) y labios, para las criaturitas de hoy en día es lápiz de cejas, corrector de ojeras, iluminador, base de maquillaje, polvos, lápiz de ojos, sombra y eyeliner.


No lo entiendo. Y menos cuando tienen acceso a esos filtros de insta, face app y tik tok con los que cualquiera parece una valkiria con la cara lavada y sin haber dormido. Nosotras, rezábamos ante el objetivo de la cámara simplemente para no salir en la foto con los ojos cerrados porque no había marcha atrás. 

 

Pero la entiendo. Perfectamente. Yo a los 16 abría sobre la tapa del wáter un número de Ragazza (era nuestra revista de cabecera) en el que explicaban en 6 pasos cómo maquillarte para ir de fiesta, y  me encerraba en el baño hasta que cumplía con todos y cada uno de los requisitos. Y cuando mis padres me mandaban a bajar la basura, lo primero que hacía era echarme polvos de sol con la brocha y ponerme los zapatos. Ella tiene tutoriales de youtube y se sabe hacer el eyeliner perfecto desde los 12.


Cuando le dije que este año entraba en el cole media hora más tarde por el Covid no me dijo “bien, duermo más”, sino “menos mal, media hora más para maquillarme”.  Y eso ocurre justo en un momento de mi vida en que voy hago todo lo contrario y hace 8 años que no me pinto un ojo. Y no por falta de coquetería, sino de vista, que cada vez que lo he intentado me he puesto la línea del agua de eye-liner -y torcida- y la máscara a modo de gel de cejas. Ojo, que alguna ventaja tiene, que más de uno me ha dicho que no entiende cómo me levanto de la cama tan guapa (y obviamente es porque no había maquillaje que echar a perder).


Pero como la niña apunta maneras, para el próximo cumple, sí o sí, le va a caer un curso de maquillaje para que me restaure un poquito de vez en cuando –ella que aún ve-. 

 


sábado, 3 de abril de 2021

INTENTANDO BUSCAR EL LADO BUENO DE LA PANDEMIA I (EL CONFINAMIENTO)

Vaya por delante que he estado malita, que gente que quiero mucho lo ha pasado muy mal y que he perdido a gente muy cercana y el 30% de mis ingresos. Pero como sabéis que yo soy mucho de reír por no llorar (y hasta de reírme a la vez que lloro) he tenido que redactar   una lista con las ventajas del confi, para no volverme 'plof' y resulta que me salen once.





Criaturita 1 se volvió ‘bueno’. Cumplió 18 años en febrero y sus amenazas de “ahora sí que voy a hacer lo que me dé la gana” se quedaron en nada. Como una malva estuvo, sin tener que demostrar a todas horas que era el más malote de este lado del Manzanares.

 

Criaturita 2 consiguió pasar de curso. Y eso que iba fatal (es lo que tienen los exámenes online), aunque lo que me estoy gastando ahora en profesores particulares para ponerla al día no sé si lo compensa.

 

Yo volví a mi peso ideal. Sin vida social en general y sin bol de patatas fritas en el centro de la mesa en particular, es muy fácil cumplir a rajatabla con la dieta hiperproteica o la que tocara. Y eso que no podía ir al gimnasio, pero oye, cero remordimiento, porque como no estaba abierto… Y no… no seguí ninguna clase on line de pilates, zumba ni nada de nada.

 

Me quité de los taxis. Que yo era ver una luz verde y se me subía el brazo solo. Y no solo porque no hubiera a dónde ir. Cuando nos ‘regalaron’ la hora diaria de salir a andar me calcé las zapatillas y quemé Madrid cada día durante dos o tres horas (infracción 1) mientras me preguntaba para qué coño pagaba taxis con lo guay que era eso de andar.

 

No tener que poner excusas para no quedar. Fue todo un alivio, porque eso exige exprimirse mucho la cabeza y a las vagas sociales nos quita mucho la paz.

 

Gasto cero. De no llegar a fin de mes a poder meter ahorros en la cuenta naranja. No solo por el recorte de taxis, salidas, asistenta, peluquería, uñas, cines y el viaje a Valencia programado para Semana Santa que tenía… A mí no me dio por comprar online porque tenía mucho miedo de mis vecinos. Me explico. A las dos semanas de encierro, alguien puso un cartel en el portal con este texto literal “Los que estáis pidiendo cosas a Amazon ponéis en riesgo la vida de los vecinos”. Y ante semejante cartel… ni un Glovo cayó.

Bueno miento… utilicé a uno en plan dealer para mandar un paquete de tabaco a un amigo un día que cerraban los estancos (infracción 2).

 

Al día de coladas y demás menesteres domésticos. El teletrabajo me permitió  descubrir a la maruja que llevaba dentro. Y sí, es cierto que trabajas más horas, pero yo, entre tema y tema me levantaba de la silla y ponía una lavadora, tendía, limpiaba el polvo…

 

Aprendí a cocinar. No es que antes no supiera, pero llegaba a casa con el tiempo justo y lo más normal era que alimentara a mis criaturitas a base de lata de fabada Litoral. Me enganché a las video-recetas (a las videollamadas no tanto, por no decir nada) y tripliqué mi recetario ultra básico.

 

Lo mejor, las colas. Yo antes era ver una cola para entrar en algún sitio y darme la vuelta, pero empecé a bajar a la compra cuando me asomaba al balcón y calculaba que la cola para entrar en el Simply me aseguraba al menos 15 minutos de espera al sol. El súmum de la felicidad lo alcancé el día que tuve que ir a correos a mandar un Wallapop y la cola daba la vuelta a la manzana. Y sí, reconozco que compraba muy a poquitos para poder bajar al súper hasta tres veces al día (infracción 3).

 

La puta paz. A medida que el recién estrenado Satysfier cogía polvo en el cajón (más ruidoso no puede ser), echaba cada vez más de menos un par de horas sola en casa… pero compensaba el hecho de no tener que mandar un whatssap a los niños cada 5 minutos preguntando “¿dónde estás y cuándo vienes?” en medio de ataques de ansiedad porque no contestaban o se habían quedado sin batería.

 

Cruzar sin mirar. Y sin tener que esperar en los semáforos, porque no había coches. Llegabas a cualquier sitio al menos cinco minutos antes de lo previsto. El único riesgo era acostumbrarse y que de vuelta a la normalidad hubiera más defunciones por atropellos que por covid.

jueves, 4 de octubre de 2018

PERO SI HABLO INGLÉS...




Que sí, de verdad, que acabo de mandar un dead line (o me lo mandas ese día o me echan de la revista) a la junior account manager (la nueva que lleva la cuenta) para que le mande mis preguntas al fitness coach (Chema el monitor) de un Healht & Fitness Club (gimnasio). No me valía con un ASAP (as soon as posible/tan pronto como sea posible) y me he puesto killer (firme y un poco chulita).








Es que después tengo un open-day (ven cuando quieras mientras sea de 9 a 5 pero intenta no hacerlo a las 2:30 y acabar con el catering) de una firma muy eco-friendly (respetuosa con la naturaleza y los seres vivos que no experimenta con animales) en un concept-store (tienda ideal) y tengo que ir. Nos van a dar una master-class (charla pelín demasiado larga) sobre strobing (maquillaje que te hace más morena). Mientras ensayo con el fond de teint (pote), recibo el timing definitivo de un shooting (producción de fotos con modelo y todo eso). Hago el dating y el confirming (asegurar que sí y pasar las fechas) con los bookers de la agencia de modelos y les recuerdo que hay hacer el fitting (ver si le cierra el vestido a la chica o hay que meter imperdibles). Por lo que vi la semana pasada en el front-row (la fila de delante del desfile) me pareció que sí, pero a ver si luego el estilista (perdón, fashion editor) va a exclamar un OMG (me cago en la puta en toda regla) y la tenemos. Y no quiero que terminemos tarde, que por la noche voy a ver séptima de Juego de Tronos porque ya la me están spoileando (amargando el final) y me tengo que poner al día. Pero antes tengo que escribir los 10 tips (truquis) para tener uno abs (tripa) de impacto y mandar una hot list (lo que se va a llevar) a mi beauty editor (co


mo yo pero con mesa fija). Por lo visto, el must-have (si no lo tienes se van a meter contigo en el patio del colegio) de la temporada es un gadget (aparato) que te quita las arrugas. Resulta que tengo mucho know how (saber como hacer algo) y acabo de inventarme, sin querer, un insight (mensaje breve que por lo visto es la leche). La brand manager  (encargada) del producto me lo acaba de decir, aunque también me pide que tenga más cuidado con las key words (palabras clave que si repites mucho en un post lo petas). Hay una influencer (chica que compra seguidores para engañar a las marcas) que lo ha posteado en todas sus redes. Mientras hago el to-do para el sábado (la lista de la compra y demás tareas) me apunto el pop-up store (mercadillo) de unos amigos. Han montado una start up (empresa con poco dinero y oficina compartida) y aunque al principio tiraron de crowfuding (dejadme pasta para este proyecto y os lo agradeceré eternamente porque el banco no me fía) parece que la cosa les va bien. Primero iremos de brunch (esa cosa y hora tonta en la que no sabes si pedirte un vermut con boquerones o un café con magdalena), pero es que mis amigos son muy foodies (petan su instagram con platos de comida). Ya pensaré mañana en el out fit (qué coño ponerme). Igual unos boyfriend jeans (si no tienes novio no se los puedes quitar y te los tienes que comprar) y haga un color block (todo combinadito) con camisa azul y sneakers (zapatillas de deporte que sirven para salir). Porque no son nuevas, que si no, me marcaría un haul (publicarlo en redes para que tus amigas mueran de envidia y te den likes). Eso sí, el domingo me propongo hacer nesting (el vago, pero con tendencias sociópatas) y no salir de casa. Si acaso practicar el multimasking (ponerse una mascarilla encima de otra) o buscarme otra diet coach (nutricionista) porque me estoy desmotivando.