En mis ratos libres,
después de las 10 horas de jornada laboral echando culo frente al ordenador, y
de cumplir con la tareas de la casa, me saco 5º de Primaria y Segundo de la
ESO.
Entiendo, mucho, esas
huelgas de padres negándose a que sus niños hagan los deberes del cole. Por los
niños, que me dan penita tan pequeños y con jornadas laborables de 12 horas,
pero por encima de todo, por los padres que se tienen que sentar a su vera cada
tarde para ayudarles, preguntarles la lección o buscar material por internet
para sus trabajos.
El año pasado en casa no es que nos luciéramos con las notas
finales. No debía estar yo muy fina, porque a pesar de los respectivos
profesores particulares y mi tiempo de entrega a la causa -aunque fuera
coloreando para que Criaturita 2 pudiera irse a la cama antes de pasar a
terminología a.m.-, la cosa quedó bastante tristona.
Este año ya no van a extraescolares, ni al parque después
del colegio. Porque o empezamos con las tareas a las 5 en punto de la tarde o
no hay manera de cenar antes de las diez y de que vayan duchaditos al día
siguiente.
Sin embargo, se me está resistiendo el power point -que
ahora los trabajos los entregan en pendrive-, y aunque me he apuntado a un
cursillo acelerado, no creo que Criaturita 2 saque más de un 4 en el trabajo de
Science.
En mi época solo pedí ayuda paterna en dos ocasiones. Algo
de física que se me resistía en 8º de EGB y en matemáticas con lo de los
vectores.
Las ciencias nunca han sido lo mío. Lo sospechaba de siempre
y ahora lo se. A mitad de 4º de Primaria me di cuenta de que había llegado a mi
tope y subcontraté a una estudiante de arquitectura. No me quedó más remedio
porque al niño le daba vergüenza que yo fuera a sus clases de oyente. Así que
si me preguntaran en una entrevista por mi nivel de matemáticas tendría
contestar que 4º de EP.
De todas formas, ahora deben ir bastante acelerados, y con
esto de la LOMCE y los temarios nuevos, la verdad es que mis hijos se llevan tres
cursos y dan prácticamente lo mismo. Una vez que criaturita 1 se dejó en el
cole el libro de Lengua de 2º de la ESO, cogimos el de su hermana para repasar y
al final aprobó.
Cuando hay algún extra –dentista, revisión médica, ir a
comprar unas zapatillas para educación física o similar- casi deseo que les de
un poco de febrícula por la noche –solo un poquito, claro- y no tengan que ir a
clase al día siguiente.
Y ya ni hablo de esas bajadas desesperadas a los chinos del
barrio a las 10 de la noche de un domingo porque Criaturita 1 se acababa de
acordar de que tenía que llevar al cole al día siguiente un bote de colacao
vacío, una huevera, una percha de metal y papel de seda verde claro para hacer
nunca entendía qué.
Cada vez ocurre menos, pero sin embargo, no hay tarde que no
tenga que bajar al locutorio de la esquina a que me impriman un mapa o fotos de
animales para un trabajo.
No, no tengo impresora, ni quiero. Bastante oficina parece
ya mi casa –que trabajo en una esquina de la mesa del comedor- como para meter
ese mamotreto.
Pero lo que peor llevo es el Programa de Festejos de las dos
primeras semanas de junio –que ya las quisiera mi pueblo-. Un año, me quedé sin
vacaciones porque me las gasté todas en acudir cada día al colegio –a las horas
más variadas e intempestivas- a ver la carrera de sacos de las Olimpiadas, el
baile de fin de curso de los dos –pero cada uno una semana-, la obra de teatro
general, la exhibición de yudo de uno, el baile de zumba de la otra, la muestra
de lo que han aprendido en patinaje sobre ruedas... También tuve que asistir a
la tómbola para becas, al partido de profesores contra alumnos, a la fiesta del
AMPA y a la entrega de un reloj comprado por toda la clase a un profesor que se
jubilaba.
Antes, también pedía días libres para ir a despedirles al
autobús cuando se iban de excursión al Museo del Prado o similar. Un día falté y
debí ser la única porque la niña no me lo perdonó en semanas bajo el llanto de
“estaban todas y yo no sabía a quién decir adiós”. Pero ahí ya me planté y
hable con unas cuantas madres –de confianza- para que tampoco fueran. Por lo
menos ya no es la única.
Y es que el colegio es agotador. Lo bueno es que en verano
se te olvida, y cuando el 15 de septiembre, después de tres meses de vacaciones,
les dejas en la puerta tan contenta, ya no te acuerdas de la que se te viene
encima.
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